martes, 9 de abril de 2013

La resistencia al siglo.



“Ante el bien, se encuentre donde se encuentre, nuestra actitud sólo puede ser la que aconseja el Apóstol: probadas todas las cosas, tomad lo que es bueno. Frente al mal debemos igualmente obedecer el consejo del Apóstol: “no queráis conformaros con este siglo” (Rom. 12,2).

Sin embargo, conviene aplicar con inteligencia los dos consejos. Es excelente analizar todas las cosas y quedarse con lo bueno. Pero debemos tener presente que lo bueno es lo que está conforme, no sólo con la letra, sino también con el espíritu. Bueno no es aquello que favorece a un tiempo a la virtud y al vicio, sino lo que favorece siempre y únicamente a la virtud. Así, cuando una costumbre no es reprobable en sí misma pero crea una atmósfera favorable al mal, la prudencia manda rechazarla. Cuando una ley favorece a la única Iglesia verdadera pero al mismo tiempo favorece también a la herejía o a la incredulidad, merece ser combatida.

La resistencia al siglo tiene que hacerse también con prudencia, esto es, no debe quedar más acá o más allá de su fin. Ejemplo de resistencia poco inteligente al siglo, de apego a las formas mudables y sin mayor importancia intrínseca, lo tenemos en la vuelta al “altar en forma de mesa”. Es una resistencia que va más allá de su fin, que es la defensa de la Fe. Por otro lado, la resistencia al siglo no debe quedar más acá de su objetivo. No puede constituir en la mera enseñanza sin aplicación concreta a las circunstancias del día. Ni en promesas platónicas. Es necesario enseñar, es necesario conocer los hechos del día en toda su realidad viva y palpitante, es necesario organizar la acción para intervenir a fondo en el curso de los acontecimientos.

Por fin, es necesario recordar que la fisonomía de una época no puede ser descompuesta en aspectos buenos y malos enteramente autónomos los unos de los otros. Toda época tiene una mentalidad propia que resulta a un tiempo de los aspectos buenos y malos. Si aquellos son preponderantes y éstos se refieren apenas a asuntos secundarios, la época debe llamarse buena. Si, por el contrario, tienen preponderancia los aspectos malos y el bien existe apenas en uno o en otro pormenor, la época debe llamarse mala. En los problemas de las relaciones entre el católico y su tiempo, no basta que tome posición ante aspectos fragmentarios del mundo en que vive. Debe considerar la fisonomía del tiempo en su profunda unidad moral y tomar posición ante ella. (…)

Así concluyamos.

1. El católico de nuestra época debe distinguir cuidadosamente entre el bien y el mal, apoyando y favoreciendo todo cuanto es bueno, oponiéndose sin temor a todo cuanto es malo, valiéndose del progreso de la técnica para hacer apostolado.
2. Debe tomar posiciones contra los principios equivocados que ejercen influencia preponderante en todos los campos de la vida moderna, y de esto debe hacer su principal apostolado.

Mons. Antonio de Castro Mayer, Obispo de Campos (Brasil) -  “Compendio de verdades oportunas que se oponen a los errores modernos”.