miércoles, 5 de enero de 2011

Cita: Celo amargo y posiciones extremas.


“En este período de confusión, (...) evitemos adoptar posturas extremas que no corresponden a la realidad sino a prejuicios que inquietan inútilmente a las conciencias sin esclarecerlas. Evitemos el celo amargo que condena San Pío X en su primera encíclica: “Para que el trabajo y los desvelos de la enseñanza produzcan los esperados frutos y en todos se forme Cristo (...) nada es más eficaz que la caridad. Pues el Señor “no está en la agitación” (3 Rey. 19,11). Es un error esperar atraer las almas a Dios con un celo amargo: es más, increpar con acritud los errores, reprender con vehemencia los vicios, a veces es más dañoso que útil. Es verdad que el Apóstol exhortaba a Timoteo: “Arguye, exige, increpa”, pero añadía, “con toda paciencia” (2 Tim. 4, 2). También en esto Cristo nos dio ejemplo: “Venid” –así leemos que Él dijo-, “venid a mí todos los que trabajáis y estáis cargados y Yo os aliviaré” (Mat. 11, 28). Entendía por los que trabajaban y estaban cargados no a otros sino a quienes están dominados por el pecado y por el error. ¡Cuánta mansedumbre en aquel divino Maestro! ¡Qué suavidad y qué misericordia con los atormentados!”
Por esto nos resulta imposible aprobar la actitud de los que sólo tienen palabras amargas sobre su prójimo, al que juzgan temerariamente, sembrando así la división entre los que sostienen el mismo combate.
También es cierto que no podemos comprender a los que debilitan y disgregan las energías morales y espirituales, disminuyendo la importancia de la oración y de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, siendo débiles en el combate espiritual, dispuestos siempre a compromisos, y prefiriendo agradar a los hombres más que a Dios. Estos no son los herederos de los mártires, pues prefieren sacrificar la verdad y a Nuestro Señor antes que desagradar a los perseguidores, sobre todo si estos últimos son dignidades de la Iglesia.
¡Cómo desearía que la Hermandad no se deje tentar ni por la primera ni por la segunda tendencia! Seamos católicos, verdaderos cristianos e imitadores de Nuestro Señor, que derramó su sangre para la gloria de su Padre y la salvación de sus hermanos. Mantengamos nuestras almas en la paciencia, dulzura, humildad, y también en la fuerza y firmeza de la fe”.

Monseñor Marcel Lefebvre, “Carta a los miembros de la Hermandad”, Navidad de 1977.